sábado, 28 de noviembre de 2009

Separarse.

Soltar las manos no es separarse. Tampoco caminar en direcciones opuestas, no mirar atrás, llevar el recuerdo en los talones.
Separarse no es tener que secuestrar la imaginación para no envenenarse de olvido, ni acostumbrarse a esa tierna ausencia de todo el que alguna vez ha amado. Tampoco sentir los colchones siempre un poco fríos, ni saberse uno mismo nostálgico cuando comienzan a tiritar las luces de las farolas.
Separarse no es oír temblar una voz al otro lado del teléfono o un pálpito desordenado al otro lado del mundo. Y aún menos, hacer de los kilómetros desarraigo. No es, en definitiva, haberse acostumbrado a rescatar uno la latente felicidad de otros ayeres.
Separarse es caminar a su lado, estar haciendo equilibrio sobre el vértice de dos respiraciones y sentir la gravedad del universo que las distancia. Es evitar los ojos, las pieles...volverse impar.
Separarse es forjar un recuerdo frágil, o ni si quiera ser capaz de reconocer entre seis mil miradas, aquella por la que, un día, uno hubiera matado. Es morir de soledad entre las sábanas, haberse acostumbrado a su frío, a su ácido sinsabor, a no necesitar más que dos ojos drogados de desaliento para dormir.
Separarse es dejar de vibrar con la música de unos labios, no buscar su tarareo en otras palabras. Es no sentir la fiebre de dos cuerpos que, odiándose, se pertenecen; negarse a comprender la paradoja de todo sentimiento.
Separarse es rodar por mundos distintos pisando las mismas aceras. Dejar de pensar el plural: sentirse una completa unidad, sin jaulas ni melancolías.
Separarse es no extrañar, no los cuerpos ni los nombres, sino la felicidad que, sin querer, provocaban.

martes, 10 de noviembre de 2009

Más allá de lo exigido.

Si algún día decidieses escaparte por alguna grieta del olvido, desaparecer de estas calles, de esta ciudad, del calendario, te buscaré. Te buscaré en el aire de todos los lugares que nos conocieron, en su asfixia. Detrás de cada carcajada, de casa risa incompleta, de la ingenua sencillez de cualquier gesto.
Te buscaré en las tardes de Abril, en el último sol de Septiembre. Cuando el sol caiga como un párpado fino sobre el mar, cuando se incendien las farolas y ardan las calles. En el abismo desabrigado de cada noche.
Te buscaré en el tedio de las tardes de domingo. En el vaho de los cristales ahumados y en el calor de los alientos invernales. Cuando suene la radio, llore alguna guitarra y me contamine el olor a café.
Te buscaré dentro de mis letras jóvenes e ingenuas, en la última página de las antologías. Debajo de papeles revueltos y fotografías envejecidas de tanto desesperarte.
Te buscaré por aeropuertos, por andenes y dársenas colapsados, como quien aún no ha perdido la esperanza de poder llegar a tiempo. En los semáforos en rojo, en carreteras cortadas, en el primer bostezo de la mañana.
Te buscaré incansable cuando cierren los bares, en la última gota que siempre pende del borde del vaso. En el regusto a cerveza y olor a sal, en cada soportal cuando rebobine las noches.
Te buscaré entre los millones de habitantes de una ciudad impía. En cada mano, cada boca, cada poro. Desesperada, tratando de reconocerte entre multitudes ebrias de soledad.
Te buscaré más allá de los mapas del tiempo. Donde no existen horas, ni realidades combustibles. Allí donde habita el olvido.
Y quizá entonces haya empezado a encontrarte.

domingo, 25 de octubre de 2009

Permíteme...

Dame tu alegría, tu aire. La fiebre de tus actos, tus palabras. Dame tus ganas, tu júbilo, la fuerza que vive en tu sangre. Todo lo que te impulsa, tu adrenalina y tu miedo.
Dame tus manías. Déjamelas, déjame maldecirlas, aprender a quererlas lentamente. Dame tu debilidad, tu flaqueza. La firma de tus redenciones, tu aliento cansado.
Dame tus recuerdos, su nostalgia, su edad. El peso de tus ayeres. Repártelo sobre mis hombros. Dame tu fe y tu pecado. Todo aquello que te hace humano, lo mismo que te hace inmortal. Dame tus emociones, la sal de tus ojos, la risa descarada, la permeabilidad de tu piel. Tu maldita capacidad para penetrar corazones ajenos. Intentaré colarme dentro de tu pecho.
Dame tu ilusión, tu esperanza en un porvenir siempre más claro. Tu facilidad para hacer explotar los días, para trepar por el calendario. Dame tu sueño y tu insomnio, todo lo que duerme bajo tu almohada. Dame la magia de tus ojos, la fuerza de tus manos. La inexplicable distinción de tu cuerpo, sus abrazos.
Dame tus soledades, tus inviernos y toda la poesía que se cae de tus bolsillos. Dame esa maldita forma que tienes de hacerte recordar, de amar(me).
Déjame quererte.

jueves, 15 de octubre de 2009

Vacío.

Echar de menos
hasta emborronar los ojos de húmedo recuerdo
y hacer gritar las tripas,
hasta ver colgadas del techo las horas,
la intermitencia de los segundos,
el infarto del tiempo...
hasta reconocer la ardua tarea que es
descoser el calendario.

Echar de menos
hasta obligar a la mente a naufragar
en mares futuros o pasados,
haciendo del presente
la imagen ridícula de un cuerpo desalmado.

Echar de menos
hasta buscar compulsivamente
la manera de paliar el desencanto,
de aniquilar esa nostalgia torpe y reincidente
dueña de insomnios
y falsas esperanzas,
hasta sentir
cómo el recuerdo se deshilacha
y se hace vital para alimentar
segundo a segundo
a una memoria inerte.

Echar de menos
al ver rastros de sentimientos por las calles,
abrazos en los semáforos
y cuerpos dóciles que se entregan inocentes
sin temor a ser,
algún día,
olvidados. .

Echar de menos
hasta admitir
que uno mataría
por un par de segundos,
un café y un abrazo,
una vuelta a casa...
hasta sentir
el frío de los bolsillos vacíos.

Echar de menos
hasta saberse uno mismo
un pobre incompleto.
Hasta dolerse.

martes, 22 de septiembre de 2009

Instrucciones para salvar las distancias

Cuando quieras encontrarme y no esté. Cuando me busques, infatigable, entre las sábanas, entre tu ropa, en los bolsillos del pantalón y no haya rastro de mi. Cuando, sin querer, busques mis ojos, mi paso, entre los miles de habitantes de esta ciudad y desesperes al haberme confundido con cualquier otra alma errante. Cuando los bares, las calles, echen el candado, te escupan al asfalto y cierren sin mi. Cuando notes que te araña la melancolía, que se apodera de ti una inquietud insana, una nostalgia torpe. Cuando sientas que el propio aire asfixia, que se astillan los huesos y se cae la risa. Cuando adviertas que los días son de hierro, látigos que flagelan la espalda si falta mi aliento.
Cuando pueda la impotencia a la alegría, cuando me eches de menos... aprieta los ojos. Cierra la boca y arranca del paladar alguna de esas noches. Respira lentamente y siénteme caminando sobre tus costillas. Atrapa los recuerdos en un suspiro y guárdalos bajo la almohada. Mójalos, envejécelos, ponles nombre. Busca en tu piel pedazos de mis manos, el sabor de mi tacto. Recupera la calidez de cualquier gesto, la alegría inútil de cualquier insensatez, el nosequé que no entiende de distancias Y, entonces, estaré, increíblemente, respirando sobre tu nuca.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Contradicciones.

Había sido advertida de que la distancia causaba reacciones alérgicas, patologías sin cura. Corazones enfermos de cariño acumulado le habían hablado de la dificultad de los amaneceres y la frialdad de las noches. Del sinsabor de los días. Decían vivir con un latido leve, aprisionado y un escozor en la garganta, pues la nostalgia de los ojos era cosa inevitable. Uno mismo se volvía una especie de ser inerte, errante y bohemio, amargamente incompleto.
Le habían confesado la ardua tarea que era codearse con un vacío constante, conservar tantos abrazos que creyesen romperse al no encontrar destino, el mar en otros brazos. La manera inexplicable de vivir haciendo recuerdo a la que se habían acostumbrado.
Pero creía que eran delirios de corazones enfermos o alcoholizados. Exageraciones del alma, deformaciones de sentimientos. Creía ingenuamente que la distancia era ceniza cuando en sus extremos latían corazones al mismo ritmo. Pero en los momentos en los que se siente más que nunca la frialdad de una cama vacía, que se saborea el regusto más ácido de la nostalgia, sucede que la retórica teoría se extingue. Explotan llantos, felicidad, soledad, melancolía...complejidades del alma con las que sólo simpatizan aquellos que han querido hasta dolerse.

lunes, 24 de agosto de 2009

Tiempo de descuento.



Aprovechaba el tiempo a su lado como la última calada de un cigarrillo. Seguía estudiándole, memorizando su cuerpo, pintándole en el recuerdo para que sus rasgos nunca se extinguiesen. Le disfrutaba con calma, con nostalgia anticipada. De la misma manera que se saborea el último trago, la última suerte. Sin prisa pero sin pausa. Con azúcar por sangre y ácido en el paladar. Tratando de conjugar lo amargo y lo dulce en palabras que, aunque hiciesen soltar las manos, no sonasen a despedida. Intentando no pensar en otro tiempo más que en el que se sostenía en nuestras manos. Ni tan si quiera en el segundo próximo, en el siguiente latido, pues entonces sólo vivía el instante que flotaba en el aire, que explotaba entre su pecho y el de él.
Advirtió entonces el peso de la añoranza sobre los hombros y de pronto se sintió vieja. Octogenaria cuando aún esta aprendiendo a querer, a vivir. Notó como todo el tiempo iba enfrascándose en recuerdos,en parpadeos...la forma caótica que iban tomando sus venas. Comprendió así que ya había comenzado a extrañarle, a pesar de estar respirando sobre su nuca.

lunes, 6 de julio de 2009

Soledades

Ahora, justo ahora, algo me hace falta. Algo como una piel tendida sobre la cama envuelta entre sábanas blancas de hotel barato. Una voz sentada en mis oídos, susurrándome cualquier insensatez, cualquier locura, cualquier huída al lugar más recóndito del planeta.
Necesito calor, a pesar de estar hirviendo a 40º. No porque se me haya congelado la sangre, sino porque me envenena el frío que deja la ausencia. Unos brazos serían capaces de derretir el hielo que ha escarchado mis venas, prenderle fuego a las pupilas, devolverle la vida a un cuerpo que con la soledad se vuelve inerte. Necesito la magia que provocan unos ojos espiándome a dos centímetros de distancia. Necesito la vida que sin querer inyectan. Los míos ahora sufren de infartos y esquizofrenias. Pesan, se rasgan y secan al no poder verse reflejados, al morir cada noche de soledad ininterrumpida.
Me hace falta el silencio eterno que reina entre dos almas que se pertenecen. Ese que habla atropelladamente y delata a corazones vergonzosos y cobardes. Ése y no este silencio devastador que trepa por las paredes de la habitación evocándote, desatando el tedio, el ácido sabor de la añoranza.

jueves, 18 de junio de 2009

personificación

Afuera se incendian farolas para guiar los últimos pasos de la noche. Mientras tanto, se funde la luz de alguna cocina, arde algún colchón, alguna canción se raya. Alguien come galletas en la cocina para matar la ansiedad, y para matar el hambre escribe compulsivamente sobre folios en blanco, con la luz apagada. Esconde su cuerpo bajo los limos del sudor, de esa mezcla agria entre felicidad y nostalgia. Oye lejos ruidos de mangueras ahogando las calles, coches atropellados y el sueño de una ciudad que desde hace tiempo no duerme.
Acaba de llegar de contemplar su insomnio, su eterna vigilia. Corrió por sus callejones y buscó esquinas donde poder oírla respirar. En sus paredes retumbaban los latidos, convulsionaba la piedra. Pudo notar cómo se volvía humana, comprobar que de cada acera, cada semáforo en rojo emergía una fuerza similar a la de la sangre sobre las venas. Volvió después de verle aparecer en cualquier bar, saliendo de todos los lugares, de ninguna parte. Comprendió que algo alimentaba la vitalidad que fluía por unas calles siempre antes bañadas de tedio. Algo como, por ejemplo, el significado de un sólo nombre.

jueves, 11 de junio de 2009

De felicidades inexplicables y otros momentos

Es curioso. Hay momentos que uno sabe, han de pasar a la historia, han de quedar grabados en la existencia propia como vestigio imborrable. La alegría de hoy es la nostalgia de mañana. Es recuerdo. Sal en las pupilas.
Por eso entonces, a veces, el afán de recuerdo marca el ritmo. Inyecta cierta emoción inexplicable a palabras y actos, dosis de energía, de fuerza. Carga sobre los hombros la obligación irrevocable de vivir al límite. Al límites de los vértices del tiempo y espacio, planeando, haciendo equilibrio al borde del abismo, jugándose la boca, dejándose la piel. Cuando la base de todo movimiento es esa ideología, una especie de fuego trepa por la garganta, late aceleradamente el pecho y en los ojos se instala algo parecido a un brillo cegador, a vida.
El ser humano se convierte en el reflejo de una ilusión, en un sable que va golpeando y moldeando su propia vida. Brota de los poros, sale por las pupilas, crece sobre los labios y encima de las palabras eso que vulgarmente llaman felicidad. Ese sentimiento tan fiero que destroza las entrañas, que hace gritar y, a la vez, provoca el llanto. Ese sentimiento que es pecado enclaustrarlo bajo la forma de una palabra, que no se entiende hasta que se sufre su ira.

martes, 7 de abril de 2009

Qué le está pasando


A ella algo le pasa. Ha perdido el apetito. Se ha instalado en su estómago una especie de revolución que hormiguea todo su cuerpo, que no necesita alimentarse. Pasa las horas en silencio, como si alguien le hubiera robado la voz, absorta, mirando nadie sabe qué. A veces le brillan demasiado los ojos al mismo tiempo que se apodera de su boca una mueca simpática. Se ríe a carcajadas sin separar los labios, sin hacer ruido alguno. Por las noches llega rendida a la cama, se abraza a las mantas y se duerme con los ojos abiertos. Cuando despierta, aparece envuelta en una paz imperturbable, puede verse en su piel la calidez que porta una noche cuando se llena de sueños.Últimamente escribe más de lo normal. Sobre las sábanas deja desperdigados bolígrafos y cuadernos, concilia el sueño entre letras. Camina más ligera, no se fatiga. No se cierne sobre su alma miedo alguno, sus hombros no soportan más peso que el del aire. Es incombustible y radical, vive entre la risa y el llanto. Dicen los que dicen entender de esto, que algo ha envenenado fieramente su corazón.

viernes, 27 de marzo de 2009

En algún lugar de esta ciudad



Ahora estarás en cualquier bar, encerrando la noche en botellas de cerveza. Te estará contaminando el olor a cigarrillo caducado, el regusto a alcohol barato. Estarás respirando esa siniestra mezcla entre colonias caras y sudor agrio y frío que resbala por la piel taladrando las sienes. Tal vez te esté asfixiando la atmósfera cargante que poseen las calles de madrugada. Las farolas fundidas, las copas rotas, las botellas partidas, los cuerpos mendigando calor para pasar una noche en vela. Cuánto pecado asalta las calles cuando no hay luz. Quizá a ti te asalte el pecado de otras bocas atrevidas que intenten corromper la tuya. La forma de otras caderas mejor esculpidas bailará delante de tí. Otros ojos te estarán espiando al otro lado de la barra, sin que te des cuenta, desnudándote, convirtiéndote en deseo. Luego se acercarán, intentarán absorberte clavándose en ti fijamente, pues saben que así los otros ojos acaban rindiéndose.
Pero tú tendrás a otro nombre de mujer repiqueteando en la cabeza, a otra mirada dentro de tus ojos y a otra boca calcada en la memoria. Serás inmune a cualquier veneno que desparrame sobre ti cualquier voz dulce.
Y de vuelta a casa, tal vez te sientes delante de su portal, a fumar las horas, a esperarla ingenuamente o a saberte cerca suyo. O quizá tires piedras contra su ventana hasta obligarla a salir, pero estará profundamente dormida, abrazada al hueco que, al irte, dejaste sobre el colchón.

domingo, 15 de marzo de 2009

Arrebatos


Hubiese huido, como una niña cobarde y desvergonzada que teme el monstruo terrible que es, el tedio de esta ciudad. Con la furia del desarraigo en las venas, hubiese vaciado el armario en una maleta y sin pensar, hubiese azotado la puerta haciendo temblar los cuatro tabiques de esta cárcel sin rejas. Hubiese caminado sola los kilómetros de asfalto que delante de mí se presentasen, la ira que me impulsaría a caminar sobre cemento ardiendo los consumiría, para que cuando quisiera volver la vista, no viese más que una línea infinita de pavimento gris. Tal vez, hubiese nadado otra vez entre aeropuertos, entre su sabor amargo a despedida y su condición innata de propulsor de libertad. Me hubiese tapado los ojos y hecha una completa irracional, señalaría el destino más incierto, aquél que más rabia y más calma me produjera ,al mismo tiempo,su nombre. En el aire estaría liberada, y aunque sobre el mismo terreno sólo a dos mil metros de altura más arriba, muy lejos de aquí. Tan lejos, extremadamente lejos, que las manecillas del reloj tendrían que haber bailado sobre ellas mismas cientos de veces hasta haber encontrado la hora precisa, que conciliase los rayos de luz con mis vigilias. Y tras una de ellas, hubiese amanecido en cualquier playa anónima y perdida, en una de esas que nadie conoce y todos imaginan, con los pies bañados en salitre, la piel curtida y desayunando un coco, iniciándome en mi joven condición de náufraga

lunes, 9 de marzo de 2009

Cambio de sentido

Tengo miedo a despertar una mañana y ver cómo todo toma sentido de repente. Con el tiempo uno le coge cariño a nadar entre incertidumbre, a hacer de los días y noches oportunidades para frenar el desencanto. No deja de ser motivación tratar de encontrar orden en medio del caos, y qué mayor caos que un cerebro adolescente. Cómo reaccionaría si, después de años buscando cabos que me atasen aquí, nada de la nada la raíz más fuerte. Probablemente me esposaría las muñecas, clavaría mis pies al suelo, cegaría mis ojos y, a cambio, me liberaría del sinsentido.
Tal vez entonces esta ciudad dejase de ser una siniestra mezcla entre calles empedradas y edificios infinitos, entre el hastío de un lunes y la esperanza de la noche de un viernes, entre la apatía a la rutina y el cariño a lo tradicional. Temo que las carreteras y mis venas al fin se orientasen, se dejasen orientar por una brújula escondida bajo las costillas que señala un norte sin criterio racional, y que diesen con rumbo fijo. Mi alma cambiaría de signo, y quizás la niña de los ojos fríos y vírgenes se archivase para siempre como pasado.

domingo, 22 de febrero de 2009

Indicios


Es prueba irrefutable que si los ojos de alguien me dan palabras, los míos le necesitan. Aunque se oponga a ello toda lógica inexistente, toda matemática pura, pues lo pálpitos tienen por ley no seguir las establecidas. Por eso cuando la mente empieza a errar sin remedio, a perderse en ella misma, a enredarse y bucear en cavilaciones, el cuerpo vaga con ella, convertido en un alfiler que accidentalmente pisa el suelo. Y créeme, cuando las letras me esposan, cuando las almas que las provocan lo hacen, no existe llave alguna que me devuelva la libertad a la que, desde que empecé a ser literatura encarnada, renuncié.Pero, para qué mentir, me encanta unirme a lo que me da palabra por descontrolado que sea. Y ahora mismo, la palabra está en tus ojos y en tus manos. Reside en esa parte del subconsciente donde se aletargan los deseos dormidos y las afinidades peligrosas. Los abrazos, los gestos, el contacto, la distancia, las palabras – dichas y calladas- son literatura. Todo lo es cuando así se piensa, y qué ardua y dulce tarea el vivir bajo su influencia. Los bolígrafos enloquecen, inquietos se escurren entre mis dedos; las cuartillas en blanco gritan, las sensaciones traducidas a tinta les hacen cosquillas. Lloran, ríen al mismo tiempo. Se confunden borrones con frases elaboradas, sonrisas con sal, felicidad con nostalgia... Pasión por poseer aquello que me da vida con el miedo a no ser luego, capaz de renunciar.

lunes, 16 de febrero de 2009

Velocidad


A veces vivimos tan apresuradamente que da miedo. Da miedo la asfixia de la velocidad, la rapidez del tiempo, la intensidad con la que cae cada segundo. Calma y desenfreno al mismo tiempo, euforia y adrenalina entremezcladas. Son la base de los desajustes racionales. Son lo que en un momento, nos libera de todas las opresiones, nos vacía la memoria y rescata el peso de nuestros huesos. Nos lanza mil kilómetros más alla, pero – qué extraño- seguimos pisando el mismo suelo, y luego nos devuelve a la tierra que siempre creímos tener bajo nuestros pies. Y digo creímos porque si pocas cosas hay que nos pertenezcan, el terreno que creemos nuestro puede ser no más que arena y traducirse en desarraigo. Nos maneja con hilos invisibles, nos sube y nos baja a su antojo, nos hace presas de un sinsentido necesario para vivir. Para vivir así, son la irracionalidad propia de los latigazos de felicidad que golpean la piel. Increíblemente rápido, pero despacio al mismo tiempo. Entre contradicciones, porque todo es tan simple que de sencillo que es se vuelve complicado. No puede ser de otra manera cuando entre dificultades inventadas y obstáculos mínimos buscamos razones para creernos héroes, cuando realmente lo seríamos dedicándonos exclusivamente a vivir. A vivir así, de la manera más loca y menos premeditada posible, - con un poco de lucidez, eso sí-, como dicen que han vivido los que dicen haber conocido la felicidad.

viernes, 6 de febrero de 2009

De amor y adolescencia



Ella toca tan poco el suelo que tiene intactos los zapatos. Atraviesa todas las tardes una ciudad que tirita de frío, con libros y libretas apretadas contra el pecho, espacio en el que tiembla el sonido de un sólo nombre. Se funde la tinta que lo garabatea descontroladamente por márgenes y tapas, con la intensidad con que golpea el gigante que duerme debajo de sus costillas.
Ella últimamente es la inspiración de todos aquellos de voz prodigiosa, la musa que arranca acordes de todas las guitarras. Es música. Ella escribe líneas prematuramente maduras para unos ojos que detrás de muchos kilómetros, las esperan ansiosas, como se espera la lluvia en épocas de sequía.
Ella tiembla al pensar en estaciones y dársenas, al quemar mentalmente las distancias y carreteras. Se le acelera el pulso al ver resumidas las distancias en ilusas horas de viaje, al ver al imposible olvido volverse más imposible todavía. Ella provoca terremotos cuando por sus venas corre adrenalina en vez de sangre, cuando se quiebra su voz con el acento de otra, cuando el recuerdo le eriza la piel.
Se ha convertido en un sentimiento en carne viva, sangrante y apasionado. Mide la vida por latidos, en sístoles y diástoles, gracias a aquél que las provoca. Ella ahora entiende poesía, y es poesía con cuerpo de mujer.

domingo, 1 de febrero de 2009

El final de Agosto

Las mañanas eran paseos interminables por playas infinitas con el sol desperezando aún sobre mi espalda. Eran el tacto de la arena, eclipsada por los amaneceres al lado del mar, que sin querer evocaban tu recuerdo. Mi cuerpo se bañaba en agua salada y quedaba terso, atado con cadenas de yodo. El levante curtía la piel, la rociaba de cobre. Yo era el resultado de la conjugación de viento y agua, de soledad y recuerdo.Las tardes eran libros de poetas de renombre, verso libre. Las horas se escurrían por hojas escritas a máquina. Hacían equilibrio por el borde de folios amarillos y arrugados, viejos, eternamente clásicos. Yo dejaba entonces de existir para convertirme en la figura y rima de un joven poeta chileno. Luego los limos y el viento cálido del sur, me devolvía a mi condición de mortal y de mediocre en el arte de la poesía.Las noches eran oscuridades penetrantes al lado de un gigante adormilado, de un fiero océano en calma. Esas horas eran literatura, habitaciones de hoteles caros, camas vacías. Sábanas blancas, impolutas, arrugadas a los pies del colchón junto a mi sueño desorbitado. Las noches eran ausencia. Ausencia al haberlas dejado llegar sin más intención que regalarme vigilias tediosas. Eran el vacío que dejaba la poesía cuando se escribía con nostalgia, el mismo que dejaba mi cabeza sobre la almohada al dormir sola. Nunca nadie había dormido a mi espalda, pero sí conmigo se habían acostado sentimientos encarnados, parecidos a una figura humana. Eran abstractos que me habían hecho compañía. Entonces las lunas únicamente regalaban soledad, y yo la aprovechaba escribiendo compulsivamente en cualquier sitio alejado de los pecados mundanos. Los días pasaban de puntillas y no eran otra cosa sino páginas en blanco, recuerdos intermitentes. Viento cálido del sur que soplaba fuerte y que al fin, logró destruirte.

viernes, 16 de enero de 2009

Posibles riesgos.


No es insensibilidad, no es muro de piedra. Tampoco es miedo al compromiso, a pensar en plural. Tal vez sea afecto a una soledad cálida, a la costumbre de ser una unidad, aunque, durante mucho tiempo, dualista de pensamiento. El haberme hecho a la idea que soy yo única promotora y receptora de actos y consecuencias, que puedo flotar o hundirme pero sola. Para qué negarlo, quizá todo se resuma a miedo, o no miedo, tan sólo un temor tímido, a perder los papeles sin remedio, a que alguien les sople y yo no pueda encontrarlos. Arriesgarme a insomnios dulces e insoportables al mismo tiempo, a camas oxidadas de tanto pensamiento y sudor frío. Es exponer mis principios al riesgo de ser destruidos por la dinamita que vuela la razón. Me convertiría en latidos de un músculo vital sordomudo y cojo, necio y optimista. Quizá sea pavor a perder mi esencia, mis ojos de impenetrabilidad, mis labios cosidos, mi piel de metal fundido, para que todo, absolutamente todo, fuese literatura por y para la que respiraría. Pavor a sufrir daños internos o colaterales, a tener que declarar mi impotencia al no poder esquivar lo que me atravesaría, a no poder decidir qué sentir, sino sentir irremediablemente

sábado, 10 de enero de 2009

Felicidad adolescente.

Recuerdo haber sido una de las personas más felices de todo el universo. Recuerdo haber estado, como ahora estoy, tumbada sobre la cama, flotando entre las sábanas. Tenía la sensación de haber amado hasta los límites, hasta donde la salud de la razón no aconseja. Me había dado entera, de pies a cabeza, de locura a cordura, aunque mi pensamiento, desde hacía años, había sido solamente tuyo. Todo sigue latente en mi memoria, a pesar de los inviernos que hubo de soportar tu recuerdo. A pesar de la lluvia y la nieve que a veces el frío de Enero regaló resististe en mi cabeza, como tumor inextirpable. Pero desde entonces-confieso-no he vuelto a sentir. Se han cruzado ojos en mi camino, pero todos eran lejanos e inciertos, ningunos quisieron llegar a mí. Pude haber tropezado con bocas y sonrisas de acero, pero todo lo esquivé, de todo quise desentenderme. Parece como si este músculo que hiberna bajo las costillas, que se estremece y se esconde, estuviese inducido en un coma profundo del que sólo logra salir cuando, a ciegas, reconoce tu tacto. Ahora, en estos días, vive demasiado. Hoy, que recuerda aquél entonces, llora en cada latido algo de nostalgia. Por eso regresé a la calle donde perdí la cabeza tiempo atrás, y allí seguía intacta, cubierta de polvo. Advertí el halo que dejaron nuestros cuerpos y todavía resplandecía. Me supe, de repente, en frente de tí, con tu chaqueta sobre los hombros, tiritando, como entonces por la emoción lo hacía. Ahora la conmoción me hacía temblar. Pude ver restos de mi vida, esparcidos como cristales rotos, por el suelo. Quise cogerlos y devolvérselos a una conciencia resquebrajada, perdida. Probé a acariciarte, a sentirte de nuevo cerca, pero todo era abstracto, como tú ya eras recuerdo