jueves, 18 de junio de 2009

personificación

Afuera se incendian farolas para guiar los últimos pasos de la noche. Mientras tanto, se funde la luz de alguna cocina, arde algún colchón, alguna canción se raya. Alguien come galletas en la cocina para matar la ansiedad, y para matar el hambre escribe compulsivamente sobre folios en blanco, con la luz apagada. Esconde su cuerpo bajo los limos del sudor, de esa mezcla agria entre felicidad y nostalgia. Oye lejos ruidos de mangueras ahogando las calles, coches atropellados y el sueño de una ciudad que desde hace tiempo no duerme.
Acaba de llegar de contemplar su insomnio, su eterna vigilia. Corrió por sus callejones y buscó esquinas donde poder oírla respirar. En sus paredes retumbaban los latidos, convulsionaba la piedra. Pudo notar cómo se volvía humana, comprobar que de cada acera, cada semáforo en rojo emergía una fuerza similar a la de la sangre sobre las venas. Volvió después de verle aparecer en cualquier bar, saliendo de todos los lugares, de ninguna parte. Comprendió que algo alimentaba la vitalidad que fluía por unas calles siempre antes bañadas de tedio. Algo como, por ejemplo, el significado de un sólo nombre.

jueves, 11 de junio de 2009

De felicidades inexplicables y otros momentos

Es curioso. Hay momentos que uno sabe, han de pasar a la historia, han de quedar grabados en la existencia propia como vestigio imborrable. La alegría de hoy es la nostalgia de mañana. Es recuerdo. Sal en las pupilas.
Por eso entonces, a veces, el afán de recuerdo marca el ritmo. Inyecta cierta emoción inexplicable a palabras y actos, dosis de energía, de fuerza. Carga sobre los hombros la obligación irrevocable de vivir al límite. Al límites de los vértices del tiempo y espacio, planeando, haciendo equilibrio al borde del abismo, jugándose la boca, dejándose la piel. Cuando la base de todo movimiento es esa ideología, una especie de fuego trepa por la garganta, late aceleradamente el pecho y en los ojos se instala algo parecido a un brillo cegador, a vida.
El ser humano se convierte en el reflejo de una ilusión, en un sable que va golpeando y moldeando su propia vida. Brota de los poros, sale por las pupilas, crece sobre los labios y encima de las palabras eso que vulgarmente llaman felicidad. Ese sentimiento tan fiero que destroza las entrañas, que hace gritar y, a la vez, provoca el llanto. Ese sentimiento que es pecado enclaustrarlo bajo la forma de una palabra, que no se entiende hasta que se sufre su ira.