lunes, 6 de julio de 2009

Soledades

Ahora, justo ahora, algo me hace falta. Algo como una piel tendida sobre la cama envuelta entre sábanas blancas de hotel barato. Una voz sentada en mis oídos, susurrándome cualquier insensatez, cualquier locura, cualquier huída al lugar más recóndito del planeta.
Necesito calor, a pesar de estar hirviendo a 40º. No porque se me haya congelado la sangre, sino porque me envenena el frío que deja la ausencia. Unos brazos serían capaces de derretir el hielo que ha escarchado mis venas, prenderle fuego a las pupilas, devolverle la vida a un cuerpo que con la soledad se vuelve inerte. Necesito la magia que provocan unos ojos espiándome a dos centímetros de distancia. Necesito la vida que sin querer inyectan. Los míos ahora sufren de infartos y esquizofrenias. Pesan, se rasgan y secan al no poder verse reflejados, al morir cada noche de soledad ininterrumpida.
Me hace falta el silencio eterno que reina entre dos almas que se pertenecen. Ese que habla atropelladamente y delata a corazones vergonzosos y cobardes. Ése y no este silencio devastador que trepa por las paredes de la habitación evocándote, desatando el tedio, el ácido sabor de la añoranza.