sábado, 28 de noviembre de 2009

Separarse.

Soltar las manos no es separarse. Tampoco caminar en direcciones opuestas, no mirar atrás, llevar el recuerdo en los talones.
Separarse no es tener que secuestrar la imaginación para no envenenarse de olvido, ni acostumbrarse a esa tierna ausencia de todo el que alguna vez ha amado. Tampoco sentir los colchones siempre un poco fríos, ni saberse uno mismo nostálgico cuando comienzan a tiritar las luces de las farolas.
Separarse no es oír temblar una voz al otro lado del teléfono o un pálpito desordenado al otro lado del mundo. Y aún menos, hacer de los kilómetros desarraigo. No es, en definitiva, haberse acostumbrado a rescatar uno la latente felicidad de otros ayeres.
Separarse es caminar a su lado, estar haciendo equilibrio sobre el vértice de dos respiraciones y sentir la gravedad del universo que las distancia. Es evitar los ojos, las pieles...volverse impar.
Separarse es forjar un recuerdo frágil, o ni si quiera ser capaz de reconocer entre seis mil miradas, aquella por la que, un día, uno hubiera matado. Es morir de soledad entre las sábanas, haberse acostumbrado a su frío, a su ácido sinsabor, a no necesitar más que dos ojos drogados de desaliento para dormir.
Separarse es dejar de vibrar con la música de unos labios, no buscar su tarareo en otras palabras. Es no sentir la fiebre de dos cuerpos que, odiándose, se pertenecen; negarse a comprender la paradoja de todo sentimiento.
Separarse es rodar por mundos distintos pisando las mismas aceras. Dejar de pensar el plural: sentirse una completa unidad, sin jaulas ni melancolías.
Separarse es no extrañar, no los cuerpos ni los nombres, sino la felicidad que, sin querer, provocaban.

martes, 10 de noviembre de 2009

Más allá de lo exigido.

Si algún día decidieses escaparte por alguna grieta del olvido, desaparecer de estas calles, de esta ciudad, del calendario, te buscaré. Te buscaré en el aire de todos los lugares que nos conocieron, en su asfixia. Detrás de cada carcajada, de casa risa incompleta, de la ingenua sencillez de cualquier gesto.
Te buscaré en las tardes de Abril, en el último sol de Septiembre. Cuando el sol caiga como un párpado fino sobre el mar, cuando se incendien las farolas y ardan las calles. En el abismo desabrigado de cada noche.
Te buscaré en el tedio de las tardes de domingo. En el vaho de los cristales ahumados y en el calor de los alientos invernales. Cuando suene la radio, llore alguna guitarra y me contamine el olor a café.
Te buscaré dentro de mis letras jóvenes e ingenuas, en la última página de las antologías. Debajo de papeles revueltos y fotografías envejecidas de tanto desesperarte.
Te buscaré por aeropuertos, por andenes y dársenas colapsados, como quien aún no ha perdido la esperanza de poder llegar a tiempo. En los semáforos en rojo, en carreteras cortadas, en el primer bostezo de la mañana.
Te buscaré incansable cuando cierren los bares, en la última gota que siempre pende del borde del vaso. En el regusto a cerveza y olor a sal, en cada soportal cuando rebobine las noches.
Te buscaré entre los millones de habitantes de una ciudad impía. En cada mano, cada boca, cada poro. Desesperada, tratando de reconocerte entre multitudes ebrias de soledad.
Te buscaré más allá de los mapas del tiempo. Donde no existen horas, ni realidades combustibles. Allí donde habita el olvido.
Y quizá entonces haya empezado a encontrarte.