martes, 22 de septiembre de 2009

Instrucciones para salvar las distancias

Cuando quieras encontrarme y no esté. Cuando me busques, infatigable, entre las sábanas, entre tu ropa, en los bolsillos del pantalón y no haya rastro de mi. Cuando, sin querer, busques mis ojos, mi paso, entre los miles de habitantes de esta ciudad y desesperes al haberme confundido con cualquier otra alma errante. Cuando los bares, las calles, echen el candado, te escupan al asfalto y cierren sin mi. Cuando notes que te araña la melancolía, que se apodera de ti una inquietud insana, una nostalgia torpe. Cuando sientas que el propio aire asfixia, que se astillan los huesos y se cae la risa. Cuando adviertas que los días son de hierro, látigos que flagelan la espalda si falta mi aliento.
Cuando pueda la impotencia a la alegría, cuando me eches de menos... aprieta los ojos. Cierra la boca y arranca del paladar alguna de esas noches. Respira lentamente y siénteme caminando sobre tus costillas. Atrapa los recuerdos en un suspiro y guárdalos bajo la almohada. Mójalos, envejécelos, ponles nombre. Busca en tu piel pedazos de mis manos, el sabor de mi tacto. Recupera la calidez de cualquier gesto, la alegría inútil de cualquier insensatez, el nosequé que no entiende de distancias Y, entonces, estaré, increíblemente, respirando sobre tu nuca.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Contradicciones.

Había sido advertida de que la distancia causaba reacciones alérgicas, patologías sin cura. Corazones enfermos de cariño acumulado le habían hablado de la dificultad de los amaneceres y la frialdad de las noches. Del sinsabor de los días. Decían vivir con un latido leve, aprisionado y un escozor en la garganta, pues la nostalgia de los ojos era cosa inevitable. Uno mismo se volvía una especie de ser inerte, errante y bohemio, amargamente incompleto.
Le habían confesado la ardua tarea que era codearse con un vacío constante, conservar tantos abrazos que creyesen romperse al no encontrar destino, el mar en otros brazos. La manera inexplicable de vivir haciendo recuerdo a la que se habían acostumbrado.
Pero creía que eran delirios de corazones enfermos o alcoholizados. Exageraciones del alma, deformaciones de sentimientos. Creía ingenuamente que la distancia era ceniza cuando en sus extremos latían corazones al mismo ritmo. Pero en los momentos en los que se siente más que nunca la frialdad de una cama vacía, que se saborea el regusto más ácido de la nostalgia, sucede que la retórica teoría se extingue. Explotan llantos, felicidad, soledad, melancolía...complejidades del alma con las que sólo simpatizan aquellos que han querido hasta dolerse.