sábado, 28 de noviembre de 2009

Separarse.

Soltar las manos no es separarse. Tampoco caminar en direcciones opuestas, no mirar atrás, llevar el recuerdo en los talones.
Separarse no es tener que secuestrar la imaginación para no envenenarse de olvido, ni acostumbrarse a esa tierna ausencia de todo el que alguna vez ha amado. Tampoco sentir los colchones siempre un poco fríos, ni saberse uno mismo nostálgico cuando comienzan a tiritar las luces de las farolas.
Separarse no es oír temblar una voz al otro lado del teléfono o un pálpito desordenado al otro lado del mundo. Y aún menos, hacer de los kilómetros desarraigo. No es, en definitiva, haberse acostumbrado a rescatar uno la latente felicidad de otros ayeres.
Separarse es caminar a su lado, estar haciendo equilibrio sobre el vértice de dos respiraciones y sentir la gravedad del universo que las distancia. Es evitar los ojos, las pieles...volverse impar.
Separarse es forjar un recuerdo frágil, o ni si quiera ser capaz de reconocer entre seis mil miradas, aquella por la que, un día, uno hubiera matado. Es morir de soledad entre las sábanas, haberse acostumbrado a su frío, a su ácido sinsabor, a no necesitar más que dos ojos drogados de desaliento para dormir.
Separarse es dejar de vibrar con la música de unos labios, no buscar su tarareo en otras palabras. Es no sentir la fiebre de dos cuerpos que, odiándose, se pertenecen; negarse a comprender la paradoja de todo sentimiento.
Separarse es rodar por mundos distintos pisando las mismas aceras. Dejar de pensar el plural: sentirse una completa unidad, sin jaulas ni melancolías.
Separarse es no extrañar, no los cuerpos ni los nombres, sino la felicidad que, sin querer, provocaban.

2 comentarios:

sueño dijo...

Cuando me "separé" de ella...
Sentí y siento el dolor más grande y atroz de mi vida.


Precioso, como siempre.

Tienes mi más sincera admiración.

sueño dijo...

Que sepas.... que sigo esperando la nueva entrada.
Se te echa en falta.

un beso.