domingo, 25 de octubre de 2009

Permíteme...

Dame tu alegría, tu aire. La fiebre de tus actos, tus palabras. Dame tus ganas, tu júbilo, la fuerza que vive en tu sangre. Todo lo que te impulsa, tu adrenalina y tu miedo.
Dame tus manías. Déjamelas, déjame maldecirlas, aprender a quererlas lentamente. Dame tu debilidad, tu flaqueza. La firma de tus redenciones, tu aliento cansado.
Dame tus recuerdos, su nostalgia, su edad. El peso de tus ayeres. Repártelo sobre mis hombros. Dame tu fe y tu pecado. Todo aquello que te hace humano, lo mismo que te hace inmortal. Dame tus emociones, la sal de tus ojos, la risa descarada, la permeabilidad de tu piel. Tu maldita capacidad para penetrar corazones ajenos. Intentaré colarme dentro de tu pecho.
Dame tu ilusión, tu esperanza en un porvenir siempre más claro. Tu facilidad para hacer explotar los días, para trepar por el calendario. Dame tu sueño y tu insomnio, todo lo que duerme bajo tu almohada. Dame la magia de tus ojos, la fuerza de tus manos. La inexplicable distinción de tu cuerpo, sus abrazos.
Dame tus soledades, tus inviernos y toda la poesía que se cae de tus bolsillos. Dame esa maldita forma que tienes de hacerte recordar, de amar(me).
Déjame quererte.

jueves, 15 de octubre de 2009

Vacío.

Echar de menos
hasta emborronar los ojos de húmedo recuerdo
y hacer gritar las tripas,
hasta ver colgadas del techo las horas,
la intermitencia de los segundos,
el infarto del tiempo...
hasta reconocer la ardua tarea que es
descoser el calendario.

Echar de menos
hasta obligar a la mente a naufragar
en mares futuros o pasados,
haciendo del presente
la imagen ridícula de un cuerpo desalmado.

Echar de menos
hasta buscar compulsivamente
la manera de paliar el desencanto,
de aniquilar esa nostalgia torpe y reincidente
dueña de insomnios
y falsas esperanzas,
hasta sentir
cómo el recuerdo se deshilacha
y se hace vital para alimentar
segundo a segundo
a una memoria inerte.

Echar de menos
al ver rastros de sentimientos por las calles,
abrazos en los semáforos
y cuerpos dóciles que se entregan inocentes
sin temor a ser,
algún día,
olvidados. .

Echar de menos
hasta admitir
que uno mataría
por un par de segundos,
un café y un abrazo,
una vuelta a casa...
hasta sentir
el frío de los bolsillos vacíos.

Echar de menos
hasta saberse uno mismo
un pobre incompleto.
Hasta dolerse.