miércoles, 18 de enero de 2012

Las pasiones del mundo

Hay abrazos en los que cabe el mundo. Sí, ya saben, en esos en los que anidan miles de países, de rostros, de fechas, de nombres. Esos en los que, sin dejar de respirar, uno se queda sin aliento, sin fuerza, rendido a la levedad del otro cuerpo. Los que hablan y gritan cuando un escalofrío recorre toda la nuca y uno entonces, solo sabe sonreír torpemente. Los que colocan soles en los ojos y hacen que el cuerpo arda, crepite, desorbitado, joven.
Ellos. Son ellos los confidentes del mundo. Por los que uno hipotecaria su vida con tal de poder vivirlos eternamente, sin tiempo y sin espacio. Sin dinero. Los que encierran melodías, las canciones que ya no suenan. Los que inventan la música cada vez que cruje una vértebra, que escriben poesía cuando hacen que ni si quiera la piel sea frontera. Y entonces, explotan, explotan como luces de neón en madrugada, salpicando las paredes del cielo de júbilo y oxígeno, gritándole apasionados al mundo, que ya han encontrado su sitio.
Hay abrazos que abrazan la vida de quien nunca jamás podrá serles ajeno, de existencias desplegadas en dos cuerpos que se vuelven impares si se saben en singular. Los que abrazan algo más que una cintura dócil y entregada: el calor creado a la lumbre de años compartidos. Ellos, que sin querer consiguen hacer de un metro cuadrado el fin del mundo, el comienzo de una vida que empieza a brotar y a crecer, desmesuradamente, hasta abrazar al mundo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

En falta

Echar de menos es extender los brazos hacia el vacío y sentir el peso del aire oprimiendo los recuerdos .Enterrar los abrazos, ortigar la piel, caer repetidamente en desconsuelo.


Echar de menos es sortear los huecos de ausencia del colchón, dormir con los ojos abiertos, inerte.Buscar infatigablemente entre las sábanas, pedazos de cielo, esperanzas ciegas de fe.


Echar de menos es viajar para asesinar a un tiempo ya muerto, vivir sumido en aeropuertos y estaciones de tren, que traducen las distancias en desarraigo, que no llevan a ninguna parte. Hacer de la atmósfera de las despedidas,lluvia ácida para los ojos.


Echar de menos es ser testigo de soles, esclavo de lunas, caminar de puntillas sobre el calendario.Contar las horas hacia atrás, rodar en sentido contrario al resto de mundos impares que por inercia chocan contra uno mismo.


Echar de menos es deshilachar el tiempo,cerrar sobres y cremalleras pero abrir todas las puertas. Es sentir el vértigo que provoca mirar atrás, y - por qué no- hacia delante con la inocencia y terquedad de unos veinte años resbosantes de gloria.


Echar de menos es respirar con la mitad de oxígeno, caminar cada dos pasos,ver con un solo ojo.

Es obligar a un alma dual, al áspero individualismo de la existencia.

lunes, 30 de agosto de 2010

Impersonal.



Yo no elegí nacer en otoño, morir en verano, resucitar cada mañana. No elegí el caos, el orden, la mesura, el equilibrio de los pasos. Tampoco sentir frío en Agosto ni quemarme con el fuego de Enero. No elegí el sudor de las noches vacías, la plasticidad de las sábanas, volcarme siempre hacia el lado ausente del colchón. No elegí hacer de las canciones fragmentos de mi biografía,vibrar con las cuerdas de una guitarra.

Yo no elegí las calles cortadas, las direcciones prohibidas, rodar por terrenos demasiado abruptos, por mares sin calma. Ni tan si quiera elegí el dinero que jugué apostando la cabeza, la misma noche en que, norte y sur bailaron y sólo me quedó ser vértigo. Vértigo que no eligió caminar sobre huellas amasadas, ni memorizar involuntariamente la sabiduría de unos ojos.

No elegí abrazar la tristeza para verla morir en mis brazos, fecundando la nostalgia. No elegí hacer de una piel mi religión y de unas manos el único paracaídas. No elegí retirar la escarcha del colchón y quedarme desnuda, frágil, vulnerable incluso antes de quitarme la ropa. Tampoco hallar fortaleza en la debilidad, ni fe en el desaliento, ni felicidad en la melancolía. No elegí deshacerme del sinsentido, ni encontrar la respuesta, la única respuesta a todas mis preguntas, en el cielo de una boca.

Aún queriéndolo, no elegí quererte.

viernes, 2 de julio de 2010

El todo de la nada

No es el calor, la forma de combatir el frío, el contacto de las pieles. No son los besos dados, ni los retenidos al borde de los labios tratando de esconder el deseo. No son las respiraciones acompasadas, el oxígeno de los suspiros, ni el haber memorizado el nombre de un aliento.

No son las vueltas a casa, las madrugadas en compañía, el calor compartido de un café. No es el tiempo asesinado en tu portal, la desesperación de las horas muertas, tu amable y tediosa impuntualidad. No es el preciso conocimiento de cada una de las manchas del techo de tu habitación, el sonido de la madera cuando sobre ella se aprisiona el deseo, ni el sudor de los cuerpos cuando se entregan.

No es haber sufrido el miedo, saboreado el desencanto ni compartido la soledad. Ni tampoco haber conseguido ponerle nombre a una ciudad anónima, haciendo de tripas corazón. No es la nostalgia del que amó, la ilusión del que ama, la felicidad contagiosa. No es el saberse uno ajeno al mundo, casi inmortal cuando se mira en otros ojos, e incluso haberle ganado el pulso al tiempo. No es la deformación de la realidad, las horas invertidas en silencios, las huidas al mar. No es la sed, la medicina, el sentimiento, ni tan si quiera el práctico saber que tienes de mi cuerpo.

Es huracán, sol, fuego

viernes, 19 de marzo de 2010

Lo llamaban Septiembre

Volver. Volver a la geografía de luces y sombras, de charcos y sudor. A la niebla espesa de madrugada y a la soledad que desprenden las farolas fundidas. Volver a los semáforos en rojo, al tráfico frenético, a los ecos de las calles. Al encanto de una ciudad convertida en universo paralelo al propio, a las corrientes de gente sin nombre, a su inexplicable desgana. Volver al cemento que cubre la fortaleza de las raíces profundas, al tiempo muerto o inexplicablemente vivo. A las contradicciones, al humo y los bares que se asfixian al salir el sol. Volver a las horas maleables y los segundos inquietos, a la piedra y el mármol, al frío. A rutinas no tan amargas como dicen, a sus mañanas, sus noches. A su febril sinsentido. Volver a miradas conocidas, a la destreza de leer sobre su piel historia, literatura; al país de los lazos engendrados, no al calor de las similitudes, sino a la fiebre de lo tradicional. Volver al hueco que dos pies, consiguieron hacerse en el asfalto. A una calle determinada, un portal vacío, una cama de sábanas cosidas con el temblor de la juventud. A los secretos que tiritan bajo la almohada, a la misma mancha de humedad en el techo. Volver al caos irreparable de pensamientos vomitados sobre papeles vírgenes. Al pasado y al porvenir, a las leyes que defienden la pasión por el momento. Volver, para reemplazar el desarraigo por apego a los cielos que han espiado todos mis años. Por la sensación acertada de estar en el lugar preciso, a la hora adecuada. Volver a la ciudad que se dejó humanizar, llenarse de encanto y de recuerdos. De la que nunca podré entera escaparme aunque me escupa el tiempo en otro lugar o aunque a ella la arrasen los años.
Volver a ti.

viernes, 19 de febrero de 2010

Pérdidas desesperadas

Si algún día decidieras escaparte por alguna grita del olvido, desaparecer de las calles, de la ciudad, de la impasibilidad del calendario, te buscaré.
Te buscaré en el aire de todos los lugares en los que creí enloquecer, es su asfixia. Detrás de cada carcajada, de cada risa incompleta. Detrás de la ingenua sencillez de cualquier gesto.
Te buscaré en el verde de Abril, en el primer sol de Septiembre. Cuando se incendie el mar y ardan las farolas. En el abismo de cada noche.
Te buscaré en el tedio de las tardes de domingo. En el aliento tembloroso que tirita tras los cristales ahumados, revolviéndose entre mantas de lana. Cuando suene la radio, llore alguna guitarra y me contamine el olor a café.
Te buscaré dentro de mis letras y en el absurdo caos de tu nombre. Debajo de papeles perdidos y fotografías envejecidas de tanto desesperarte.
Te buscaré por aeropuertos, andenes de tren y dársenas, como quien aún no ha perdido la esperanza de poder llegar a tiempo. Conduciré por carreteras cortadas, direcciones prohibidas, callejones tapiados y ni si quiera así mi pecho se declarará rendido.
Te buscaré incansable cuando cierren los bares, en ese momento en el que se busca a tientas el calor de una voz. En cada soportal de vuelta a casa, justo en ese instante en que las ciudades parecen volverse más crueles e insípidas aún.
Te buscaré entre los miles de habitantes de una ciudad vacía. En cada vida, cada pupila, cada boca, sintiendo la impotencia y la plenitud de ser capaz de latir sólo de una manera.
Te buscaré más allá de los mapas, del tiempo. Más allá del más allá. Donde no existen realidades ficticias ni el polvo de los segundos. En ese panteón que algunos llaman recuerdo.

Y quizá, entonces, haya empezado a encontrarte.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Separarse.

Soltar las manos no es separarse. Tampoco caminar en direcciones opuestas, no mirar atrás, llevar el recuerdo en los talones.
Separarse no es tener que secuestrar la imaginación para no envenenarse de olvido, ni acostumbrarse a esa tierna ausencia de todo el que alguna vez ha amado. Tampoco sentir los colchones siempre un poco fríos, ni saberse uno mismo nostálgico cuando comienzan a tiritar las luces de las farolas.
Separarse no es oír temblar una voz al otro lado del teléfono o un pálpito desordenado al otro lado del mundo. Y aún menos, hacer de los kilómetros desarraigo. No es, en definitiva, haberse acostumbrado a rescatar uno la latente felicidad de otros ayeres.
Separarse es caminar a su lado, estar haciendo equilibrio sobre el vértice de dos respiraciones y sentir la gravedad del universo que las distancia. Es evitar los ojos, las pieles...volverse impar.
Separarse es forjar un recuerdo frágil, o ni si quiera ser capaz de reconocer entre seis mil miradas, aquella por la que, un día, uno hubiera matado. Es morir de soledad entre las sábanas, haberse acostumbrado a su frío, a su ácido sinsabor, a no necesitar más que dos ojos drogados de desaliento para dormir.
Separarse es dejar de vibrar con la música de unos labios, no buscar su tarareo en otras palabras. Es no sentir la fiebre de dos cuerpos que, odiándose, se pertenecen; negarse a comprender la paradoja de todo sentimiento.
Separarse es rodar por mundos distintos pisando las mismas aceras. Dejar de pensar el plural: sentirse una completa unidad, sin jaulas ni melancolías.
Separarse es no extrañar, no los cuerpos ni los nombres, sino la felicidad que, sin querer, provocaban.