viernes, 16 de enero de 2009

Posibles riesgos.


No es insensibilidad, no es muro de piedra. Tampoco es miedo al compromiso, a pensar en plural. Tal vez sea afecto a una soledad cálida, a la costumbre de ser una unidad, aunque, durante mucho tiempo, dualista de pensamiento. El haberme hecho a la idea que soy yo única promotora y receptora de actos y consecuencias, que puedo flotar o hundirme pero sola. Para qué negarlo, quizá todo se resuma a miedo, o no miedo, tan sólo un temor tímido, a perder los papeles sin remedio, a que alguien les sople y yo no pueda encontrarlos. Arriesgarme a insomnios dulces e insoportables al mismo tiempo, a camas oxidadas de tanto pensamiento y sudor frío. Es exponer mis principios al riesgo de ser destruidos por la dinamita que vuela la razón. Me convertiría en latidos de un músculo vital sordomudo y cojo, necio y optimista. Quizá sea pavor a perder mi esencia, mis ojos de impenetrabilidad, mis labios cosidos, mi piel de metal fundido, para que todo, absolutamente todo, fuese literatura por y para la que respiraría. Pavor a sufrir daños internos o colaterales, a tener que declarar mi impotencia al no poder esquivar lo que me atravesaría, a no poder decidir qué sentir, sino sentir irremediablemente

sábado, 10 de enero de 2009

Felicidad adolescente.

Recuerdo haber sido una de las personas más felices de todo el universo. Recuerdo haber estado, como ahora estoy, tumbada sobre la cama, flotando entre las sábanas. Tenía la sensación de haber amado hasta los límites, hasta donde la salud de la razón no aconseja. Me había dado entera, de pies a cabeza, de locura a cordura, aunque mi pensamiento, desde hacía años, había sido solamente tuyo. Todo sigue latente en mi memoria, a pesar de los inviernos que hubo de soportar tu recuerdo. A pesar de la lluvia y la nieve que a veces el frío de Enero regaló resististe en mi cabeza, como tumor inextirpable. Pero desde entonces-confieso-no he vuelto a sentir. Se han cruzado ojos en mi camino, pero todos eran lejanos e inciertos, ningunos quisieron llegar a mí. Pude haber tropezado con bocas y sonrisas de acero, pero todo lo esquivé, de todo quise desentenderme. Parece como si este músculo que hiberna bajo las costillas, que se estremece y se esconde, estuviese inducido en un coma profundo del que sólo logra salir cuando, a ciegas, reconoce tu tacto. Ahora, en estos días, vive demasiado. Hoy, que recuerda aquél entonces, llora en cada latido algo de nostalgia. Por eso regresé a la calle donde perdí la cabeza tiempo atrás, y allí seguía intacta, cubierta de polvo. Advertí el halo que dejaron nuestros cuerpos y todavía resplandecía. Me supe, de repente, en frente de tí, con tu chaqueta sobre los hombros, tiritando, como entonces por la emoción lo hacía. Ahora la conmoción me hacía temblar. Pude ver restos de mi vida, esparcidos como cristales rotos, por el suelo. Quise cogerlos y devolvérselos a una conciencia resquebrajada, perdida. Probé a acariciarte, a sentirte de nuevo cerca, pero todo era abstracto, como tú ya eras recuerdo