domingo, 28 de diciembre de 2008

Qué se supone debo hacer



Qué se supone debo hacer cuando estamos tan cerca que las respiraciones, por sí solas, se acompasan. Cuando las pieles al rozarse se erizan incluso estando bajo el sol inglés de media tarde. Qué se supone debo hacer cuando estamos cara a cara y los ojos luchan por no decaer y dejar de contemplarse. Cuando hay flujos de presión entre las pupilas y cierta desconocida electricidad las acerca hasta tocarse.
Qué se supone debo hacer cuando siento tan cerca tus palabras que parecen salidas de mis labios. Cuando ellas mismas pronuncian lo mismo que las mías que quedaron tiritando entre los dientes, hubiesen pronunciado. En ese momento, que los labios titubeantes están tan próximos que podrían confundirse, que podrían calcarse unos sobre otros como mera respuesta al estímulo humano de las distancias cortas.
Qué se supone debo hacer cuando los cuerpos son piezas de un puzzle que arman perfectamente y se niegan a separarse. Cuando los brazos rodean las siluetas opuestas, amarrándolas, devolviéndoles el aire limpio al quitarle el miedo a ser abrazadas.
Qué se supone debo hacer cuando las distancias son tan cortas que la precisión no existe, cuando los universos son tan paralelos que ni si quiera la repelencia existe.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Precauciones


Ten cuidado, no te acerques. Esta piel puede quemarte. Siempre ha sido candente. Siempre ha ardido, incluso bajo la lluvia. No te aproximes demasiado, no grabes sobre ella su tacto, pues sabes, puedes hacer que te busque infatigablemente. Mantente a la distancia mínima que necesitan los cuerpos para no poseerse, para no poseerse aún deseándose. Espíame, pero desde donde yo no pueda hacerlo. Contempla mis movimientos, sigue de cerca, oculto, mis pasos y observarás que hay algo más que silueta sinuosa y piel de acero. Hazlo y poséeme en la distancia, pero no dejes que yo me pierda, absurda, loca, adolescente. Impídeme caer en el abismo de esos dos charcos de lluvia. No dejes que me refleje en ellos, nunca lo hagas, pues me convertiría en su inevitable esclava. Muérdete los labios cuando creas que vas a pronunciar palabras peligrosas. Cállalas. Si osan llegar a mis oídos me poseerían y, créeme, a las palabras es a una de las cosas a las que no puedo renunciar. Cóselas, pues si las mías saltan como respuesta desde este pozo sin fondo, entonces, ya habré perdido la razón que nunca poseí entera. Cógeme si ves que me abalanzo sobre ti, rendida. Cógeme pero nunca me abraces. No me obligues a esposarme a ti eternamente. Trata de ponerme en pie y devolverme de nuevo mi figura, pero nunca aliento, porque luego lo haría cruelmente imprescindible. Congélate. Vuélvete de mármol cada vez que te aproximes y no me pidas con los ojos afligidos y la sonrisa decaída, los besos que, sabes, no puedo darte. No trates de convencerme con caricaturas dulces de un rostro picardioso. No abuses de mi vulnerabilidad. Piensa que ahora los abismos pueden salvarse, pero que mañana se levantará el definitivo, el infranqueable. No me obligues entonces a carecer de los cinco sentidos y a arrancarme el corazón a jirones del pecho. No quiero necesitarte.