miércoles, 18 de enero de 2012

Las pasiones del mundo

Hay abrazos en los que cabe el mundo. Sí, ya saben, en esos en los que anidan miles de países, de rostros, de fechas, de nombres. Esos en los que, sin dejar de respirar, uno se queda sin aliento, sin fuerza, rendido a la levedad del otro cuerpo. Los que hablan y gritan cuando un escalofrío recorre toda la nuca y uno entonces, solo sabe sonreír torpemente. Los que colocan soles en los ojos y hacen que el cuerpo arda, crepite, desorbitado, joven.
Ellos. Son ellos los confidentes del mundo. Por los que uno hipotecaria su vida con tal de poder vivirlos eternamente, sin tiempo y sin espacio. Sin dinero. Los que encierran melodías, las canciones que ya no suenan. Los que inventan la música cada vez que cruje una vértebra, que escriben poesía cuando hacen que ni si quiera la piel sea frontera. Y entonces, explotan, explotan como luces de neón en madrugada, salpicando las paredes del cielo de júbilo y oxígeno, gritándole apasionados al mundo, que ya han encontrado su sitio.
Hay abrazos que abrazan la vida de quien nunca jamás podrá serles ajeno, de existencias desplegadas en dos cuerpos que se vuelven impares si se saben en singular. Los que abrazan algo más que una cintura dócil y entregada: el calor creado a la lumbre de años compartidos. Ellos, que sin querer consiguen hacer de un metro cuadrado el fin del mundo, el comienzo de una vida que empieza a brotar y a crecer, desmesuradamente, hasta abrazar al mundo.