viernes, 19 de marzo de 2010

Lo llamaban Septiembre

Volver. Volver a la geografía de luces y sombras, de charcos y sudor. A la niebla espesa de madrugada y a la soledad que desprenden las farolas fundidas. Volver a los semáforos en rojo, al tráfico frenético, a los ecos de las calles. Al encanto de una ciudad convertida en universo paralelo al propio, a las corrientes de gente sin nombre, a su inexplicable desgana. Volver al cemento que cubre la fortaleza de las raíces profundas, al tiempo muerto o inexplicablemente vivo. A las contradicciones, al humo y los bares que se asfixian al salir el sol. Volver a las horas maleables y los segundos inquietos, a la piedra y el mármol, al frío. A rutinas no tan amargas como dicen, a sus mañanas, sus noches. A su febril sinsentido. Volver a miradas conocidas, a la destreza de leer sobre su piel historia, literatura; al país de los lazos engendrados, no al calor de las similitudes, sino a la fiebre de lo tradicional. Volver al hueco que dos pies, consiguieron hacerse en el asfalto. A una calle determinada, un portal vacío, una cama de sábanas cosidas con el temblor de la juventud. A los secretos que tiritan bajo la almohada, a la misma mancha de humedad en el techo. Volver al caos irreparable de pensamientos vomitados sobre papeles vírgenes. Al pasado y al porvenir, a las leyes que defienden la pasión por el momento. Volver, para reemplazar el desarraigo por apego a los cielos que han espiado todos mis años. Por la sensación acertada de estar en el lugar preciso, a la hora adecuada. Volver a la ciudad que se dejó humanizar, llenarse de encanto y de recuerdos. De la que nunca podré entera escaparme aunque me escupa el tiempo en otro lugar o aunque a ella la arrasen los años.
Volver a ti.