Qué se supone debo hacer cuando estamos tan cerca que las respiraciones, por sí solas, se acompasan. Cuando las pieles al rozarse se erizan incluso estando bajo el sol inglés de media tarde. Qué se supone debo hacer cuando estamos cara a cara y los ojos luchan por no decaer y dejar de contemplarse. Cuando hay flujos de presión entre las pupilas y cierta desconocida electricidad las acerca hasta tocarse.
Qué se supone debo hacer cuando siento tan cerca tus palabras que parecen salidas de mis labios. Cuando ellas mismas pronuncian lo mismo que las mías que quedaron tiritando entre los dientes, hubiesen pronunciado. En ese momento, que los labios titubeantes están tan próximos que podrían confundirse, que podrían calcarse unos sobre otros como mera respuesta al estímulo humano de las distancias cortas.
Qué se supone debo hacer cuando los cuerpos son piezas de un puzzle que arman perfectamente y se niegan a separarse. Cuando los brazos rodean las siluetas opuestas, amarrándolas, devolviéndoles el aire limpio al quitarle el miedo a ser abrazadas.
Qué se supone debo hacer cuando las distancias son tan cortas que la precisión no existe, cuando los universos son tan paralelos que ni si quiera la repelencia existe.