viernes, 6 de febrero de 2009

De amor y adolescencia



Ella toca tan poco el suelo que tiene intactos los zapatos. Atraviesa todas las tardes una ciudad que tirita de frío, con libros y libretas apretadas contra el pecho, espacio en el que tiembla el sonido de un sólo nombre. Se funde la tinta que lo garabatea descontroladamente por márgenes y tapas, con la intensidad con que golpea el gigante que duerme debajo de sus costillas.
Ella últimamente es la inspiración de todos aquellos de voz prodigiosa, la musa que arranca acordes de todas las guitarras. Es música. Ella escribe líneas prematuramente maduras para unos ojos que detrás de muchos kilómetros, las esperan ansiosas, como se espera la lluvia en épocas de sequía.
Ella tiembla al pensar en estaciones y dársenas, al quemar mentalmente las distancias y carreteras. Se le acelera el pulso al ver resumidas las distancias en ilusas horas de viaje, al ver al imposible olvido volverse más imposible todavía. Ella provoca terremotos cuando por sus venas corre adrenalina en vez de sangre, cuando se quiebra su voz con el acento de otra, cuando el recuerdo le eriza la piel.
Se ha convertido en un sentimiento en carne viva, sangrante y apasionado. Mide la vida por latidos, en sístoles y diástoles, gracias a aquél que las provoca. Ella ahora entiende poesía, y es poesía con cuerpo de mujer.

2 comentarios:

sueño dijo...

Aparte de darme envidia la foto con lo que está cayendo...

Sinceramente siempre he pensado que la mujer en sí misma es poesía.

un besazo.

AdR dijo...

Siempre he creido eso... que la poesía tiene cuerpo de mujer y la prosa es su cama.

Besos