viernes, 15 de febrero de 2008

La ley del carpe diem

El que sobrevive es el que se agarra al instante, haciendo de él su inspiración. Aquél que se mueve a contrarreloj, sin prisa pero sin pausa. El que está concentrado en el presente sin aislarse del pasado ni desentenderse del futuro. El que no deja el tiempo pasar sin haber opuesto resistencia, sin haberle echo sudar una victoria injusta. El que da eternidad a los segundos, alargándolos, moldeándolos a su manera, acentuándolos donde y cómo se debe para que así renuncien a su condición de efímeros sin causa. El que no se acuesta sin nada que recordar o escribir sobre las sábanas, el que pone letra y música a todo lo que hace. Aquél que se niega a despertar por las mañanas tan vacío como las mentes de aquellas personas que perdieron la ilusión y por cobardes y, de antemano, fracasados, no pelearon por recuperarla. Llega a lo más alto aquél que no se rinde a escalar por los días del calendario, ni a dejarlos pasar tan insulsos y vacíos como llegaron: es la ley del carpe diem.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Dependencia

Solía ser ese tipo de persona que quería encontrar una explicación racional para todo, pero cuando advirtió que las cosas sobrepasaban los límites de lo lícito, dejó de hacerlo. No le llevaba a ningún lugar buscar incesantemente razones. Razones que justificasen el por qué de una cosa tan incomprensible como simple, tan absurda como vital. Qué puede ser capaz de explicar las evasiones de pensamiento, los montones infinitos de recuerdos sin piedad, los pálpitos acelerados. No hay argumento posible que pueda defender la euforia repentina, y en consiguiente llanto imparable. Advirtió con el paso del tiempo, cuando se fue calando hasta los huesos de esa locura ilógica, que unos hilos invisibles manejaban su vida. Era una muñeca de guiñol. No era dueña de sus movimientos, de sus actos, de su sinrazón, ni responsable de palabra alguna. Algo detrás de ella, oculto y latente pero asombrosamente fuerte manipulaba su existencia, al mismo tiempo que creaba una dependencia perpetua. Era una obsesión, un sinsentido implacable, una revolución sensorial, una felicidad tonta…la de una niña con quince años rodando por la piel.

sábado, 2 de febrero de 2008

Increíble despertar.

Me levanté de un salto, poniendo la adrenalina a flor de piel, haciéndola trabajar desde las horas más tempranas, más dormidas. Bailé un vals por el pasillo, al ritmo de la música de mis pulsaciones. Pasos cortos. Giros rápidos. Alcancé la puerta del baño y me anclé delante del espejo. Jugué a hacerle muecas simpáticas, a retorcer mis facciones y exagerar mis gestos, pero el orgulloso de mi reflejo nunca se rindió y me retaba para jamás dejar de imitarme. Me salpiqué la cara. Las gotas también bajaban bailando. Bailando y esquivando todos los obstáculos de mi anatomía dormida. Después arranqué a jirones el pijama y esa sensación de frío matutino recorrió todos los puntos cardinales de mi espalda, se enredó en el pelo sin peinar, me arrugó la piel. Le regalé una carcajada estruendosa a la persona escondida detrás del espejo, bajo ropa de invierno. En ella se reflejaba la calidez de una noche invernal cuando se duerme sin frío. Entonces comprendí que te habías vuelto a quedar atrapado entre mi almohada y yo, en algún rincón onírico.