domingo, 20 de abril de 2008

Bailamos.


Creo que en cuestión de segundos, las piernas enredadas recorrieron la pista de lado a lado. Se movían solas. Sus pasos eran tan espontáneos, tan naturales, tan salidos de dentro que nadie se atrevería a decir que eran principiantes en sentir la música.Las manos se ataban en un nudo invisible, aunque más que atarse se acariciaban. El contacto de las yemas de los dedos las mantenía imantadas, tremendamente unidas.


Aquellos dos cuerpos estaban amoldados para que los milímetros encajasen a la perfección. Eran uno solo. Dando vueltas y de puntillas recorrieron kilómetros. Los pasos se entrelazaban en una ingeniosa combinación que no entendía de estructuras numéricas ni de leyes que la acotasen. Simplemente se limitaba a traducir la música en movimientos pasionales, la música que entonces era otra sustancia química más de la sangre.


Él la cogía de la cintura y en un abrazo perfecto, rematado con su mano posada en su nuca, marcaban giros vertiginosos. Ella perdía en sentido y la orientación y las cuatro paredes que estaban siendo testigo de aquella compenetración giraban aún más rápido. Lo único que no daba vueltas en aquella espiral de sonido y movimiento eran los cuerpos uno respecto del otro. La magia de aquel vals no les dejaba separarse.

jueves, 10 de abril de 2008

Juventud y esfuerzo

Silencio.
Silencio abrumador de las respiraciones pausadas,
del contacto de las hojas de los libros con los dedos inexpertos,
de la tinta de bolígrafos gastados.

Ojos concentrados en miles de letras,
atrapados en algún mito de la sabiduría
de la que sí puede escribirse teóricamente
y no con la tinta de la experiencia.
Mentes atrapadas entre la mesa y el respaldo de la silla,
divagando por las entrañas de su universo,
cosiendo pensamientos.
Olor a juventud y esfuerzo.

Detrás de los cristales tomados,
quizá demasiado transparentes para esta cárcel sin rejas,
azota el invierno, severo.
Se lleva las ramas de los árboles,
los papeles rotos,
mi pensamiento,
las miradas tediosas posadas en el alféizar.
Todo invade, todo corrompe, todo congela.

Vuelve a sonar el inconfundible ruido de los libros cuando se cierran,
el tumulto absurdo que el sonido de un timbre parece levantar.
Es la puerta hacia el exilio,
hacia las horas muertas ateridas en cualquier lugar, acurrucadas, amontonadas, muertas de frío, en cualquier pasillo.

miércoles, 2 de abril de 2008

Casi adiós


Buscaba la manera de ser fiel a sus principios, de ser fiel a sus principios pero sin traicionarse. Tenía que llegar a ese desequilibrio que acabase con las dudas. Jerarquizar los sentimientos. Era cuestión de retorcerse entre las sábanas, de estrujar las noches e intentar sacar algo en conclusión. Pero las ideas que sacaba en claro, las que llevaban inscritas verdades indiscutibles, aquéllas, eran demasiado duras. Algo, cosido a retazos cerca del corazón, le impedía articular las palabras necesarias para un desengaño mutuo. Supondrían un abismo infranqueable entre dos almas acostumbradas a estar unidas durante mucho tiempo, pero tiempo atrás, sin planes de futuro. Era la eterna lucha entre lo correcto y lo sincero, pero su fragilidad era tan potente que prefería alimentarse de mentiras propias antes que resquebrajar almas ajenas y queridas. Queridas, pero tal vez, no con el afecto necesario e imprescindible, para avivar un sentimiento sincero.