viernes, 24 de octubre de 2008

De humanos.


Hablan de pequeños detalles. Hablan de besos, abrazos y palabras de consuelo. Hablan de minuciosidades sin sentido como germen de las obsesiones, de todo aquello que puede ser la excepción a la regla de nuestra conducta. Hablan de complicidades peligrosas y de los riegos de la obsesiva compenetración , del vértigo de las tentaciones…Hablan. Hablan y pueden pasarse su vida formulando teorías sobre la inestable conducta humana, inventando miles, creyendo triunfar en cada una y fracasando cuando la razón se declara en huelga y trabajan los corazones.
Tal vez, si en vez de tanto hablar callasen, se quitasen la máscara de exploradores ingenuamente sabios, dejasen las gafas encima de la mesa, entendiesen. Si probasen a experimentar la química en la propia piel y no la física en cuartillas ajenas, comprobarían que todo puede resumirse a una ecuación de reactivos y productos. Entonces cuando lo hayan experimentado sin escuadras ni cartabones, quizá puedan señalar dónde se halla la frontera de las emociones humanas. Cuál es el límite que separa la complicidad del deseo de ser cómplices. Qué dista entre la sinceridad de las palabras y la magia que al pronunciarse provocan. Qué pulula en las entrañas cuando se clavan dardos llenos de estima.
Quién será el ingenuo atrevido – el genio- que ose decir qué separa al defensor de una sensación del encubridor de un sentimiento. Quién se atreverá a teorizar sobre las inestables emociones humanas.

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