domingo, 20 de abril de 2008

Bailamos.


Creo que en cuestión de segundos, las piernas enredadas recorrieron la pista de lado a lado. Se movían solas. Sus pasos eran tan espontáneos, tan naturales, tan salidos de dentro que nadie se atrevería a decir que eran principiantes en sentir la música.Las manos se ataban en un nudo invisible, aunque más que atarse se acariciaban. El contacto de las yemas de los dedos las mantenía imantadas, tremendamente unidas.


Aquellos dos cuerpos estaban amoldados para que los milímetros encajasen a la perfección. Eran uno solo. Dando vueltas y de puntillas recorrieron kilómetros. Los pasos se entrelazaban en una ingeniosa combinación que no entendía de estructuras numéricas ni de leyes que la acotasen. Simplemente se limitaba a traducir la música en movimientos pasionales, la música que entonces era otra sustancia química más de la sangre.


Él la cogía de la cintura y en un abrazo perfecto, rematado con su mano posada en su nuca, marcaban giros vertiginosos. Ella perdía en sentido y la orientación y las cuatro paredes que estaban siendo testigo de aquella compenetración giraban aún más rápido. Lo único que no daba vueltas en aquella espiral de sonido y movimiento eran los cuerpos uno respecto del otro. La magia de aquel vals no les dejaba separarse.

No hay comentarios: