jueves, 10 de abril de 2008

Juventud y esfuerzo

Silencio.
Silencio abrumador de las respiraciones pausadas,
del contacto de las hojas de los libros con los dedos inexpertos,
de la tinta de bolígrafos gastados.

Ojos concentrados en miles de letras,
atrapados en algún mito de la sabiduría
de la que sí puede escribirse teóricamente
y no con la tinta de la experiencia.
Mentes atrapadas entre la mesa y el respaldo de la silla,
divagando por las entrañas de su universo,
cosiendo pensamientos.
Olor a juventud y esfuerzo.

Detrás de los cristales tomados,
quizá demasiado transparentes para esta cárcel sin rejas,
azota el invierno, severo.
Se lleva las ramas de los árboles,
los papeles rotos,
mi pensamiento,
las miradas tediosas posadas en el alféizar.
Todo invade, todo corrompe, todo congela.

Vuelve a sonar el inconfundible ruido de los libros cuando se cierran,
el tumulto absurdo que el sonido de un timbre parece levantar.
Es la puerta hacia el exilio,
hacia las horas muertas ateridas en cualquier lugar, acurrucadas, amontonadas, muertas de frío, en cualquier pasillo.

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