
Regresaba. Volvía de quemar las horas o de intentar llenarlas con algo distinto a millones de letras. Tenía la mirada cansada y los huesos rotos. Todo le pesaba.
Intentaba dar en el punto exacto para abrir la puerta, pero parecía que la llave esquivaba todo intento de dar paso a la inmensidad escondida tras ella. Entró de puntillas por el parqué, se quitó la chaqueta y con un gesto de desgana la dejó arrugada sobre el sofá. Escuchaba lejos, muy lejos, el sonido de una guitarra, la inconfundible melodía de sus acordes, acompañados por versos oníricos. Pensó que su curiosa habilidad para escuchar palabras jamás pronunciadas, ahora le cantaba una canción nunca compuesta. Sus sentidos, exaltados y pasionales, eran poco fiables.
Con las mantas hasta la boca, enredada en una mezcla de olores nocturnos y corrientes de aire gélido, se quedó dormida, con la música temblando en los tímpanos. En la cocina, sonaba una voz ronca que hacía canciones de poemas prohibidos, poniéndole voz y acordes a las letras censuradas de algún poeta.
Intentaba dar en el punto exacto para abrir la puerta, pero parecía que la llave esquivaba todo intento de dar paso a la inmensidad escondida tras ella. Entró de puntillas por el parqué, se quitó la chaqueta y con un gesto de desgana la dejó arrugada sobre el sofá. Escuchaba lejos, muy lejos, el sonido de una guitarra, la inconfundible melodía de sus acordes, acompañados por versos oníricos. Pensó que su curiosa habilidad para escuchar palabras jamás pronunciadas, ahora le cantaba una canción nunca compuesta. Sus sentidos, exaltados y pasionales, eran poco fiables.
Con las mantas hasta la boca, enredada en una mezcla de olores nocturnos y corrientes de aire gélido, se quedó dormida, con la música temblando en los tímpanos. En la cocina, sonaba una voz ronca que hacía canciones de poemas prohibidos, poniéndole voz y acordes a las letras censuradas de algún poeta.