domingo, 11 de mayo de 2008

Domingos

Se despertó una mañana de domingo, con la frenética noche anterior debajo de la almohada, latiendo todavía. Apestaba a tabaco, a esa ingeniosa mezcla de locura y cigarrillos que con tanta facilidad se enredaba en el pelo. Tenía las facciones de la cara hinchadas, dormidas, y los ojos perfilados con la pintura negra que ayer había teñido sus párpados.

Intentaba encontrarse detrás del espejo, en aquella niña despeinada, con el pijama arrugado, temblorosa, muerta de frío. Se vistió con lo primero que encontró en el armario revuelto y examinó cuidadosamente su piel, por si acaso encontraba algún vestigio del que poder hacer poesía.

Después, se consagró delante de miles de libros, rezándole a la locura para que no tardase demasiado en regresar. Nadó entre la historia de España del siglo XX. De vez en cuando, se le escapaban versos que escribía en el margen de los libros y volvía a naufragar en su universo; otras, quedaba absorta contemplando las fotografías que colgaban de la pared y viajaba de nuevo por los rincones más olvidados, queridos y añorados de la tierra.

Cuando los libros comenzaban a vomitar un hastío insoportable y su mente estaba colapsada de letras, fechas, revoluciones, asaltos y recuerdos entrecortados cerraba fuerte los ojos hasta conseguir matar a ese barullo enloquecedor. Pero cuando tenía la vista cansada y esa descuartizada libreta de arte fracasado reclamaba inspiración, salía a buscarla por las calles.
La ciudad estaba vacía. Ni un alma paseaba su aburrimiento por ella. Las aceras estaban mojadas, intentando beber en alcohol que junto a la lluvia las ahogaba. Habían sostenido el peso de una juventud revolucionaria la noche anterior y ahora se sentían tan ligeras y tranquilas que se asustaban. Cómo podía estar la puerta de ese local tan vacío, si tan sólo unas cuantas horas atrás una multitud se avalanzaba y peleaba por poder colarse en aquél paraíso de música y alcohol. Todavía podía ver las luces parpadeantes, los brazos en alto y las caderas oscilantes buscando espacio. Mil adolescentes gritando al desenfreno, con el pulso tembloroso y el aliento emborrachado. Cuántas horas guarda ese local, cuántos domingos jóvenes, resacosos sin motivo, todavía le esperan, para buscar quién sabe qué.

martes, 6 de mayo de 2008

mandamientos


Ellas te calcarán sus labios, te absorberán. Te ofrecerán caderas moldeadas, cuerpos estilizados. Te abrazarán y robarán tu aire. Te dedicarán palabras bonitas y muecas empalagosas y pedirán como recompensa todo aquél universo que no quieres darles. Se declararán fieles y leales, y jurarán no sustituirte, no reemplazarte. Se acostarán con el tacto de tus dedos paseando por su piel, con tus ojos arañando los suyos y con tus intentos vanos de escupir palabras sinceras. Dirán que eres el primero, el más grande. Rogarán que nunca las olvides y jugarán sus cartas con trampas para obligarte a retenerlas en tus entrañas.

Yo rozaré tu piel hasta marcarla. La curtiré con mi tacto. Te ofreceré una anatomía chorreante de magia y antes un corazón sincero que se inquieta cuando te piensa. Echaré mis manos a tu cuello y te daré oxígeno. Estaré lejos, muy lejos, pero siempre cerca. Más cerca de ti que cualquiera tocándote, en tu cabeza. Te regalaré palabras, por el aire o en tinta, simples, pero sinceras. Te haré poesía. Me declararé creyente de lo que promulgas, profesaré tu religión. Me acostaré con la antología de tu vida entre mis manos y tu recuerdo latiendo tras los pulmones, venerando cada simpleza, cada insensatez. Diré que no ocupas lugar, que eres el único. Rogaré que nunca me taches, que no me obligues a aislarte de todo aquello cuanto soy.

Entonces, tú tendrás que debatirte entre lo sincero y lo correcto.